Hace unos días, estuve en casa de un amigo... hacía mucho que no pasaba por allí:
Habíamos quedado y me llamó porque se le había hecho tarde y no quería hacerme esperar; tenía que resolver algo antes de salir, así que me pidió que si no me importaba, me pasara por allí.
Mientras él hacía lo que tenía que hacer, me fui al salón y me quedé prendada de lo bien que le quedaban unas cortinas que había "heredado" de mí, cuando yo decidí cambiarlas por estores. Él, antes, tenía unas venecianas de madera, preciosas, pero me contó que las tablitas estaban siempre blancas de polvo, si no las limpiaba de continuo.
Cuando terminó y vino al salón, le comenté lo bien que le quedaban las cortinas y me dijo que sí, aunque le hubiera gustado echarle un poco al dobladillo...
"¿Y por qué no lo has hecho?" pregunté...
"¿Pero tú has visto el dobladillo...? ¡es perfecto! ¡¡¡cómo me voy a atrever a cometer semejante sacrilegio!!!"
Me acerqué a ver; pero ya antes de llegar y tomar la cortina en mis manos; recordé y sonreí, casi emocionada. Y es que ese dobladillo, perfecto, era obra de mi madre ¡ay... ella era así, perfecta! Y digo era, no porque haya fallecido... ella, sigue a este lado, pero no es ni parecida, padece una senilidad y casi no sabe ya ni hablar.
Pero antes, era muy dada a los perfeccionismos, tanto, que con el tiempo, comenzó a dejar de disfrutar haciendo según que cosas... me decía que se cansaba mucho ya. ¡Y no es de extrañar...! ¡cómo no le iba a agotar esa tensión, ese querer ser y hacer siempre lo más y lo mejor...! pero no lo mejor que se puede, no, lo hacía de modo y manera que todos dijeran que era insuperable...
las circunstancias de su vida, la sometieron de tal forma, que cada cosa que hacía, tenía que estar por emcima de lo normal, ella, no podía defraudar a los que conociéndola ya, esperaban algo perfecto...
Así que, si los demás esperaban algo fuera de serie, prefería ir dando largas antes que hacerlo relajadamente y sin buscar la perfección.
Yo, recuerdo que estuve a punto de caer en ello, pero me salvé, precisamente por ella, era tan sumamente exigente, que me decanté por el lado contrario y le dí la vuelta al calcetín, no me gustaba esmerarme y si me decía cómo se hacía algo, yo lo hacía de otra manera... me empeñé en demostrar y decír " yo no soy como tú ni lo quiero ser"
He vivido más relajada desde luego, pero también es cierto que como no era tonta del todo, me daba cuenta que lo que tenía era miedo, un miedo tremendo a no poder siquiera acercarme a ella... porque lo cierto es que para mí, ella, era un ser inmenso, inimitable, perfecto y superdotado y yo... algo pequeñito :)
Si alguna conclusión saco de ambas situaciones, es que tienen la misma raíz, porque tanto en una como en otra, faltó amor por una misma, faltó estima y faltó respeto.
Ella, lo buscaba fuera a través de la perfección, necesitaba esa admiración.
Yo, preferí tirar la toalla antes que enfrentarme a ciertas cosas,
antes de empezar ya suponía que no era capaz y no soportaba que otros pudieran darse cuenta y quitarme valor por ello... aunque fuera yo misma la que me lo estuviera quitando o engañándome.
Os dejo un enlace, a propósito de...
http://www.amarseaunomismo.com/perfeccionismo-y-autoestima/